La noche estrellada
-Es una noche maravillosa, ¿no le crees Amelie?
-Perfecta, Pierre, perfecta.
-¿Pero qué suceso en el cielo lo permite?
-Es magia, Pierre... de dónde salen si no esas estrellas iluminadas
como faroles, grandes y observantes allí en lo alto de un mar azul sin reflejo;
de dónde esa luna medialuna y esos espirales que juegan a encontrarse,
rozándose sólo un instante y barridos por sutiles movimientos. Pero ¿cómo se
mueven si no hay viento?
-Magia... –se detuvo Pierre en ese bello pensamiento.
-Cómo se mueven si no esos cipreses que se ciernen por sobre la
ciudad y nuestras figuras, alcanzando con sus puntas verdes las estrellas y sus
hojas meciéndose como cabellos ondulantes al mismo ritmo que los espirales y
las montañas lejanas, ya difusas teñidas por la noche. Todo, Pierre, todo aquí
es magia, armonía pura de colores y sensibilidad, la nuestra.
--¿Y qué me dices de la ciudad? Eterna compañía del hombre, otra
imagen superpuesta a la naturaleza; la armonía, Amelie, no la olvides, la
incluye, la fusiona y adhiere las casitas, los techos y ladrillos, las ventanas
y la punta de la iglesia como otro ciprés, a ese cosmos, a este cosmos, el
nuestro, porque también estamos dentro.
-Y nada parece hostil, Pierre, nada lo es. Nosotros aquí, juntos y
todo lo demás rodeándonos, observándonos, acompañándonos.
-Pintándonos.
-Pierre... te amo
-Y yo a tí, Amelie...
La besó.
-¿Qué sucesos en el tiempo permiten todo esto? Digo, ¿qué mantiene
los millones de puntitos amarillos, azules, celestes, verdosos, en el espacio,
qué nos contiene... quién detiene y calla las miles de voces, sonidos e
imágenes en una sola, ésta que somos afortunados de vivir y contemplar?
-La magia, Amelie, sólo existe dentro nuestro. Nosotros la plasmamos
sobre lo que nos rodea y lo apropiamos. A su vez, creo que somos afortunados
por la obra de alguien más, por estar dentro suyo. Somos algo así como su magia.
-¿Como salidos de... pomos y pinceles?
-Shhhh, no lo digas, no reveles nuestro secreto.
-No somos reales, ¿no es cierto?
-Pues claro que lo somos, Amelie.... estamos aquí.
-¿Pero quién es el que
permite todo esto?
Desviaron su vista hacia el horizonte. Allí en el cielo, un puntito,
un agujerito por el que se filtraba otra luz. En ese pequeño huequito asomaban
los ojos de un tercero, de mirada febril y exaltada, un espía, un creador.
-Amelie, somos sólo dentro
suyo, todo esto es obra de un pintor.
-Vincent... –alcanzó a modular.
-Van Gogh –sentenció.
Para él, que tanto me ha
enseñado sobre el arte,
para él, que tanto me ha
enseñado sobre la sencillez,
para él, el artista por
excelencia.