Arthur Rackham

Arthur Rackham

jueves, 16 de febrero de 2017

El arte de estar locos : publicando en la revista Walskium

Acabo de publicar un artículo en la revista Walskium:  "El arte de estar locos"
Muchas gracias colegas.
 A leer y compartir.

http://www.walskium.es/magazine/musica/el-arte-de-estar-locos/

El arte de estar locos

“La fantasía abandonada de la razón produce

 monstruos imposibles: unida con  ella es la madre

de las Artes  y origen de sus maravillas” (Goya, 1799)

 

Todo parece estar dicho, todo parece estar creado; mundo monótono, aburrido, que nos toca vivir como si fuera nuevo. No creamos nada, no sabemos nada. Pero, en medio de todo este gris, surgieron –y por suerte siguen surgiendo- personas que imaginan y expresan su inquietudes con  pura grandeza. Y no es que tengan poderes sobrehumanos, tampoco nos engañan las categorías del artista como un genio creador y hombre excepcional que se eleva por sobre el resto. Nada de eso. Son personas, repito, que usan su cotidianeidad, sus pasiones, sus sentidos y vicios para crear; visionarios, dicen lo que nadie dice, exhiben lo que muchos ocultan, se animan a lo que nadie se anima: ser diferentes. Pareciera que la locura es la respuesta. ¿Qué otra cosa si no es lo que llevó a Van Gogh a pintar esas estrellas, esos girasoles, esa gente? ¿Qué pasaba por su cabeza cuando se enfrentaba a un lienzo en blanco?

El loco es “el otro” que altera nuestras lógicas, es aquel que incomoda las leyes con que estructuramos nuestro mundo, nuestro aburrido día a día; él tiene un modo distinto de “leerlo”. Pensemos, entonces, cuando la locura va ligada al arte. Cuando esta aparente “enfermedad” se fusiona con el campo artístico –que combina imaginación y razón-, “estar loco” quizás debería entenderse ya no en términos científicos o despectivos sino como tener “audacia” y “agudeza”. El artista, a través de su obra, nos enseña a nosotros, nos moviliza a ver las cosas con sus ojos. Pero no interesan aquí aquellos que se hacen llamar “artistas” y les gusta escandalizar para ganar dinero, tener un minuto de fama antes de ser olvidados en un cajón. No. Interesan aquellos artistas que han cambiado el rumbo de nuestra manera de percibir el mundo y la realidad cotidiana. Aquellos que a partir del gris crean magia y colores con una galera sucia y descosida.

Pensemos en Van Gogh, con sus arrebatos artísticos y su locura desmedida a la hora de pintar paisajes cargados de chorros de pintura, escenas cotidianas pero enrarecidas hasta el punto de no ver nada, o ver todo mezclado: cuerpo, forma y color. Una subjetividad como la de Van Gogh a través de su obra nos ha cambiado el modo de pensar el arte y la pintura, ese territorio que en su época, a fines del siglo XIX, parecía estar anquilosado con el imperativo del realismo o las tradiciones impresionistas. Es conocido el apodo que le ponían los que lo veían pintar en el campo y con la cabeza roja de tantas horas al sol: le decían Fou-Roux, “el loco rojo”. Digamos que Van  Gogh fue audaz al no querer seguir los cánones para hallar una forma de expresión totalmente nueva y propia, distinguible –veamos su serie infinita de girasoles, de autorretratos, y de noches iluminadas como distintos estudios y exploraciones de un mismo objeto-; artista al margen del “centro”, creó uno propio y abrió el campo de lo decible en el lienzo de un pintor. A pesar de que le costó la vida: pobre, con mala salud, el valor de toda su obra fue reconocido después de muerto.

Ligar el arte a la locura no es algo desacertado. Recordemos que ya los griegos entendían la creación artística –digamos “poética” para no ser anacrónicos con esa época- como un acto de arrebato, un momento de “posesión” en donde la razón se suspendía; el poeta era “arrebatado” para usar el don divino de ser trasmisor de Mnemósine y sus extrañas hijas, las musas. Desde entonces, ha quedado como un cliché. Muchas veces es el mundo de la cultura el que cataloga a los artistas como “locos” para vender más y crear imágenes de “genios”. Otras veces es la sociedad la que margina y teme a lo que no comprende, catalogando despectivamente. Pero más allá de esto y lo que la “institución cultural” nos impone, es lícito entronizar a pintores como Munch y Goya, escritores como Poe o incluso Borges, músicos desde Beethoven hasta Jimi Hendrix. Sus obras son notables por sí solas, el valor de sus aportes es irreprochable. Si vemos al pequeño Jimi prendiendo fuego su guitarra en el medio del escenario o tocando las cuerdas con los dientes, podemos pensar que: tenía mucho talento, drogas en mano, asesores y productores musicales, varias guitarras y sí, locura. Pero algo más: exploró al máximo el territorio que comenzaba a gestarse para el rock en los ’60, cambió el modo en que uno piensa la música y el instrumento, y creó sonoridades nuevas.

Todos comparten la audacia y la gran capacidad creativa. Quizás podríamos hablar, en algunos casos, de un uso razonado de la locura. El caso es Edgar Allan Poe. Es común hablar de su alcoholismo y sus experimentaciones con el opio, sus depresiones y su precaria salud; pero a la hora de revisar su producción artística, muchas veces olvidamos “releer” sus ensayos sobre la creación de cuentos y poemas para generar un efecto deseado en el lector. Para esto, él ponía la lupa en cada palabra a ser usada, en cada párrafo, medía la estructura de sus cuentos y la sonoridad de sus poemas. Era, digamos, un “científico” de las letras. Por eso dijimos que locura en el arte debería significar no sólo “audacia” sino también “agudeza”. Y más. Poe retomó numerosas tradiciones del pasado, para crear una nueva voz que les hablara a todas; creó su propio modo de narrar y de pensar historias irrisorias, puso lógica en campos donde no había: fue un Dupin en las ciudades caóticas del siglo XIX, exploró ciencia y pseudociencia en numerosos cuentos, hizo caminar a sus personajes entre monstruos ominosos. Sus textos superan la barrera que existe entre la literatura y la realidad: nos hacen cavilar a nosotros, lectores; nos cuestionamos, un poco más, los límites del conocimiento humano y la muerte.

Como muchos dicen, sólo una mente diferente puede aportar una visión singular sobre el mundo. ¿Qué lleva entonces a un músico a prenderle fuego a su propia guitarra? ¿Qué hace a un escritor imaginarse ominosos mundos? ¿Qué se esconde en la cabeza de cada artista? Y, en todo caso, ¿importa? Tal vez no. Importa lo que nos han dejado y lo que podamos hacer con eso. Salir de lo cotidiano, abstraerse, desconectarse un poco de la realidad y ver el otro lado de las cosas, poner el mundo patas para arriba como le gustaba hacer a Shakespeare o a “V”, jugar un poco con lo que tenemos a manos pero hacerlo acompañado del pensamiento crítico, como dice la frase de Goya. O como diría el Joker de Nolan: Madness, as you know, is like gravity… all it takes is a little push. Portal al mundo que habita en nuestras mentes, acceso a puertas que no todos saben abrir. Pareciera entonces que la locura sea muchas veces un sufrimiento, pero otras tantas una suerte.

 

 

Si les interesa:

-Anhelo de vivir, de Irving Stone: es una biografía novelada sobre la vida y obra de Vincent Van Gogh.

-Pinturas de Van Gogh: serie de Paris y Arles.

-Pinturas de Goya: serie Los caprichos y El sueño de la razón.

-“Filosofía de la composición” (1846) y “El principio poético” (1848): ensayos de Edgar Allan Poe sobre la creación artística y literaria.

 

 

 

Melissa Cammilleri

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