Arthur Rackham

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miércoles, 22 de marzo de 2017

J.T. Leroy y los engaños de un escritor: mi nueva publicación en Walskium

Ya está publicado mi nuevo  artículo de arte y literatura en la revista Walskium!! Sobre el engaño de J.T. Leroy y las máscaras de un escritor.

La historia detrás de J.T. Leroy puede considerarse única. Un engaño global en el que cayó todo el starsystem de la industria del entretenimiento cautivado por el morbo y el victimismo


Las máscaras de lápiz y papel

Jeremiah Terminator LeRoy era un joven que escribía sobre su terrible pasado, el abandono de su único hogar a las cuatro años, el ingreso demasiado temprano en la vida salvaje de la ruta, los abusos que recibe de su madre drogadicta y su sádico novio, las relaciones entre prostitutas y hombres peligrosos que se cruzan con ella y con él mismo durante sus viajes, llevándolo a sufrir la violencia desmedida desde muy chico; Jeremiah relata su soledad y la errancia en los márgenes de la sociedad norteamericana mientras busca definir su identidad. Estas terribles historias, narradas con brutalidad y hasta cierto "humor", causaron gran fascinación en los lectores y los críticos literarios, sus libros catalogados como "autobiográficos" tuvieron mucho éxito. Incluso llegó a codearse con celebridades y artistas del mundo de la música y el cine. Hasta que un día, luego de varios años de su primera publicación, Sarah (2000), se descubrió que ese joven que se llamaba LeRoy no existía. Ocurrió, así, la sorpresa: el autor de Sarah y The heart is deceitful of all things era también parte de la ficción. El autor era escrito por otro, era un personaje más de ese mundo brutal que había creado el verdadero: una mujer. Cuando apareció en la prensa que la autora de esas obras era una tal Laura Albert y que el joven Jeremiah que aparecía en público no era más que su cuñada, Savannah Knoop, vestida de hombre, imaginen el escándalo y las críticas. Basta decirles con que incluso fue llevada a juicio. ¿Pero quién era J.T Leroy para su creadora? Una máscara, de oxígeno.

Se suele decir que el escritor escribe para expulsar sus monstruos, para esconderse detrás de los personajes que inventa como máscaras de una misma identidad; otros también lo hacen por puro deleite. Laura Albert sin duda conjugó todos estos propósitos a la hora de tomar la pluma y el papel. Y es que su infancia y adolescencia no fueron mejor que las de su “otro yo”, Jeremiah. Sin querer confundir la realidad de la ficción -es decir la literatura-, hay ciertos fantasmas que lo persiguen a uno como una sombra que no se despeja nunca y lo acompañan a lo largo de la vida; el escritor trasmite algo de esto en sus creaciones, como exploraciones o meros divagues mentales, pero siempre deja algo suyo en la obra. ¿Flaubert no decía acaso “Madame Bovary c’est moi”? ¿David Copperfield no era acaso un “hijo” para Charles Dickens? Marguerite Duras exploraba las posibilidades de la escritura y del lenguaje para narrar la memoria fragmentada a partir de un hecho autobiográfico, un amor adolescente con un chino en Saigón.

De joven, Laura Albert abandonó su casa, se rodeó de otros chicos que vivían en soledad como ella, se introdujo en el mundo del punk y las drogas, comenzó a sufrir trastornos de identidad que la hacían dudar todo el tiempo de ella misma. A veces, se sentía más cómoda siendo varón y se hacía pasar por un tal “Terminator” o “Jeremiah” cuando hablaba con gente; cuando se sentía sola llamaba a líneas telefónicas de ayuda para suicidas adoptando otras personalidades, incapaz de expresarse siendo Laura. Vivía, mientras tanto, de la música que hacía con su esposo, también ganaba algo trabajando como operadora de una venta de sexo por teléfono. Durante esos años concibe la idea de empezar a escribir, así se lo recomendó un psicólogo con quien hablaba por teléfono y la conocía sólo por su pseudónimo. Sobreviviente de abusos mentales y físicos, logró encontrar una máscara para abrirse al mundo y “convertir su vida en arte”. Engendró, así, a J.T Leroy. Un personaje y un autor, una figura que estaba, a la vez, dentro y fuera de la ficción.

La recepción y el éxito fueron casi instantáneos. Sarah y The heart is deceitful above all things exponen con cruda realidad problemáticas profundas que perforan el centro de la sociedad contemporánea norteamericana –y occidental-.  En la primera obra, el narrador es un chico sin nombre –sin identidad- que vive con su madre, una prostituta que trabaja en las paradas de camiones. En ese mundo del deshecho y los marginados, el niño crece, aprende a amar a su madre a pesar de todo, incluso se  viste como ella y comienza  a trabajar con proxenetas. Es una terrible fábula, narrada con brutalidad, sencillez y hasta humor. Sí. Todo se conjuga en su prosa para narrarnos la vida de los outsiders y la pobreza rural afuera de las grandes ciudades.

Una constante es la ruta: la vida allí es salvaje. La ruta es ese toponímico que es parte del imaginario estadounidense: un lugar móvil y fugaz, un eterno camino hacia el progreso, el anhelo de realizar el idílico sueño americano. Son claras las influencias de la contracultura de los ’60 en la prosa de Albert, el despojo del cuerpo –la droga, el sexo-, la rotura del sueño americano, muy a lo Kerouac –recordemos que su novela  En el camino  sucede precisamente en las rutas y los jóvenes que las recorren buscan un “algo” con que llenar el vacío-; otro a quien podemos nombrar es William S. Burroughs y sus libros que escandalizaron a la sociedad por esos años, con sus experimentos literarios que rozan temas “taboo” para la época como las drogas, los abusos y el travestismo queer.

Como otra aproximación a las mismas problemáticas, el segundo libro (2001) sale a la venta bajo el sello de “autobiografía” del autor J.T LeRoy, en formato de cuentos relacionados entre sí. El narrador Jeremiah también tiene una madre que se llama Sarah y trabaja como prostituta en la ruta; esta vez, él es arrancado de su único hogar a los cuatro años y se ve obligado a crecer demasiado pronto en un ambiente hostil, recibe abusos por parte de su misma madre y es violado sucesivamente por sus varios novios, sumergiéndose en un espiral de violencia y morbo mientras busca una identidad que lo defina.

Estos juegos entre personajes que se espejan en sus obras, y los juegos entre narrador, autor, ficción y realidad, abrieron interrogantes y numerosas críticas. Los lectores se quedaban impactados cuando en 2006 se descubría el secreto detrás del joven afeminado J.T LeRoy. ¿Broma o farsa? ¿Creer a Jeremiah o a Laura? ¿Fue pura publicidad, una estrategia editorial para vender más? Lo cierto es que la obra de esta mujer tímida y algo excéntrica –vean fotos suyas- abrió interrogantes y no deja de hacerlo: rompiendo los límites de la literatura, se pregunta por quién habla y quién escribe, plantea con crudeza la problemática de género, la vida en los márgenes de la sociedad, el crecimiento y la búsqueda de la identidad mientras se crece, reflexiona sobre cómo y por qué se ama; además, quizá lo más interesante para los críticos literarios, muestra cómo una obra se valora por quién sea el autor y por cómo se la cataloga –autobiografía, ficción, etc-. Ella misma, en una conferencia, dijo: “It doesn’t matter if it’s just the realm of metaphor, or whatever it is. It’s art”.

El ocultamiento detrás de otra persona –de hecho, en latín “persona” significa “máscara”-, le permitía expresarse libremente y despegarse de su vida, ya no era ella quien hablaba sino sólo una voz a través de la pluma y el papel, las mejores máscaras para un escritor. Podía ser otra persona, masificar su producción artística. Al respecto, concluyamos con una frase suya muy bonita: "The real healing is the hope that maybe your experiences can serve and help protect another being. It let's you reach out in faith and get past the illusions of suffering and the isolation of the self”.

 

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