Extrañamiento
Llegamos a la gran isla -así la llamaban todos- un día
gris y lluvioso. Así pisé por primera vez aquella tierra negra, parecía quemada
por un rayo o un gran fuego. La
gente que vi me miraba con asombro,
algunos se acercaban a tocarme... extraña forma de recibirnos. No éramos muchos, sólo cinco nos
habíamos animado a viajar. Apenas vestidos con lo puesto y con un par de facas en los cinturones nos adentramos
en esos baldíos, dominados por hombres del color de la leche. Sus aldeas eran tan...
tan extrañas e incómodas, con puertas, muros, fortalezas dentro de
fortalezas. Los hogares en nada se parecían a los nuestros; tenían muchas salas
y paredes redundantes, recovecos oscuros y fríos. Los jardines trataban de
imitar a la naturaleza que tenían a
su alcance. Sus ropas también eran insoportables. Su comida no era tan buena como la nuestra. Sus rostros parecían felices
pero, con una mirada más atenta,
podías descubrir los secretos escondidos y las lágrimas en los ojos; muchos de sus
dientes, esto es curioso, eran de madera u oro. Sus palabras también escondían
algo... no sé muy bien, pero sentía que siempre andaban mostrando y
ocultando. Y aunque mucho aprendimos
de ellos y mucho nos enseñaron sobre sus
conocimientos, nunca pudimos
adaptarnos del todo.
¿Quiénes eran ellos? ¿Quiénes éramos nosotros para ellos
y ellos para nosotros?
¿Por qué este encuentro? Estas miradas lejanas
se entrecruzaban, estas manos y respiros en una misma habitación, ¿qué hacíamos
allí? No lo sé, nunca lo supe. Sentí que lo mejor era protegernos; sentí que mi
deber era estar aquí con ustedes otra vez. Sentí que tenía que hacerlo por
ustedes.
Atacamos antes del amanecer. Cuando todos dormían. Chillaron como salvajes...
nosotros también.
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