La pequeña Esther
La pequeña Esther duerme conmigo.
A veces conversamos hasta tarde, a veces sólo
ella me cuenta una historia y
yo la oigo, imagino y viajo y pienso en lo que dice, o
simplemente me duermo escuchando sus
murmullos y sintiendo cómo se alejan, cómo me alejo yo de la
noche oscura. Pero casi siempre soy yo la que cuento historias porque ella se
queda dormida enseguida, entonces yo aprovecho
y la miro, veo sus ojos vidriosos y
sus mejillas que brillan y contrastan con la
oscuridad. Cuando compartimos almohada se hace algo incómodo, su
cabecita se posa sobre la mía y sus
pies apenas llegan a ser tapados por la frazada, por eso tengo que estar atenta
para que no pase frío cuando se duerme y todavía no acabé de contar la historia. Pero siempre estoy atenta, soy una amiga ejemplar.
Ella, en cambio, no lo hace conmigo, y tengo pruebas aunque
ella lo niegue: cada vez que me desvelo en la noche y todo está en silencio
me encuentro destapada y temblando
porque ella, la pequeña
Esther, se lleva la frazada para sí. Pero no
la culpo, sus manitos no pueden levantar tanto peso. Otro caso es cuando tengo pesadillas, yo la abrazo y ella apenas puede rodearme
el cuello. Pensará que soy mala amiga, que no sé compartir, pero se equivoca. Hoy, mientras miraba el techo
invisible en la oscuridad, le di un codazo y se cayó al suelo, sonreí
por un momento pero después me di
cuenta de que era serio, ella primero protestó pero luego la escuché
gimotear porque yo tardaba y no encontraba su manito para devolverla a la cama. Intenté, en serio, pero estaba oscuro y no veía nada, tenía miedo de estirar mi brazo y que me agarrara
alguien debajo de la cama, un bicho,
un monstruo, una persona mala. Tuve miedo, Esther, y por eso tardé. Cuando me animé a apartar la frazada de la cabeza y me arrimé al borde de la cama,
la vi, vi sus ojitos con lágrimas
vidriosas, me desesperé, lo juro, pobre Esthercita, me desesperé y me estiré lo más que
pude, ay, me costó pero la sujeté bien fuerte y le prometí que
nunca iba a volver a dormir sin tenerla asegurada entre mis brazos y bien tapada. Se lo prometo ahora, mirando sus ricitos dorados algo sucios por el
polvo y su nueva cicatriz en la mejilla,
prometo que aunque crezca y apenas entre en esta cama, yo te voy a hacer un
lugarcito, siempre, pequeña Esthercita. Prometo proteger tu cara de porcelana, tu boca pintada con acuarela, tus ojitos
siempre abiertos, tu vestido de lana
tejido por la abuela, tus manos
redondeadas. Nos aferraremos juntas cada vez que durmamos, nos enfrentaremos
juntas a la oscuridad de cada noche... mi pequeña
Esther, muñequita y amiga, compañera en los sueños y en este silencio aterrador. ¿Cómo los
grandes se enfrentan a todo solos? Yo no puedo,
creo que nunca podré, siempre te voy a
necesitar. Ahora es tarde para Esthercita y para mí, terminemos el cuento,
señor sombra, y apaguemos la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario