Arthur Rackham

Arthur Rackham

lunes, 13 de noviembre de 2017

Microrrelato: La pequeña Esther



La pequeña Esther


La pequeña Esther duerme conmigo. A veces conversamos hasta tarde, a veces sólo ella me cuenta una historia y yo la oigo, imagino y viajo y pienso en lo que dice, o simplemente me duermo escuchando sus murmullos y sintiendo cómo se alejan, cómo me alejo yo de la noche oscura. Pero casi siempre soy yo la que cuento historias porque ella se queda dormida enseguida, entonces yo aprovecho y la miro, veo sus ojos vidriosos y sus mejillas que brillan y contrastan con la oscuridad. Cuando compartimos almohada se hace algo incómodo, su cabecita se posa sobre la mía y sus pies apenas llegan a ser tapados por  la frazada, por eso tengo que estar atenta para que no pase frío cuando se duerme y todavía no acabé de contar la historia. Pero siempre estoy atenta, soy una amiga ejemplar. Ella, en cambio, no lo hace conmigo, y tengo pruebas aunque ella lo niegue: cada vez que me desvelo en la noche y todo está en silencio me encuentro destapada y temblando  porque ella, la pequeña Esther, se lleva la frazada para sí. Pero no la culpo, sus manitos no pueden levantar tanto peso. Otro caso es cuando tengo pesadillas, yo la abrazo y ella apenas puede rodearme el cuello. Pensará que soy mala amiga, que no sé compartir, pero se equivoca. Hoy, mientras miraba el techo invisible en la oscuridad, le di un codazo y se cayó al suelo, sonreí por un momento pero después me di cuenta de que era serio, ella primero protestó pero luego la escuché gimotear porque yo tardaba y no encontraba su manito para  devolverla a la cama. Intenté, en serio, pero estaba oscuro y no veía nada, tenía miedo de estirar mi brazo y que me agarrara alguien debajo de la cama, un bicho, un monstruo, una persona mala. Tuve miedo, Esther, y por eso tardé. Cuando me animé a apartar la frazada  de la cabeza y me arrimé al borde de la cama, la vi, vi sus ojitos con lágrimas vidriosas, me desesperé, lo juro, pobre Esthercita, me desesperé y me estiré lo más que pude, ay, me costó  pero la sujeté bien fuerte y le prometí que nunca iba a volver a dormir sin tenerla asegurada entre mis brazos y bien tapada. Se lo prometo ahora, mirando  sus ricitos dorados algo sucios por el polvo y su nueva cicatriz en la mejilla, prometo que aunque crezca y apenas entre en esta cama, yo te voy a hacer un lugarcito, siempre, pequeña Esthercita. Prometo proteger tu cara de porcelana, tu boca pintada con acuarela, tus ojitos siempre abiertos, tu vestido de lana tejido por la abuela, tus manos redondeadas. Nos aferraremos juntas cada vez que durmamos, nos enfrentaremos juntas a la oscuridad de cada noche... mi pequeña Esther, muñequita y amiga, compañera en los sueños y en este silencio aterrador. ¿Cómo  los grandes se enfrentan a todo solos? Yo no puedo, creo que nunca podré, siempre te voy a necesitar. Ahora es tarde para Esthercita y para mí, terminemos el cuento, señor sombra, y apaguemos la luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario